El 02 de octubre quedará en el mal recuerdo madridista, ya que sus dos representantes en la Liga de Campeones sucumbieron en una jornada donde el Real se coloca en el puesto 17 de la clasificación detrás del Barcelona, mientras que el Atlético baja al puesto 24 en este nuevo formato liguero.

Lille vence al Real Madrid 1-0 y Rüdiger de delantero

La Champions, tantas veces redentora, tampoco saca al Madrid de su laberinto. Ante el quinto de la Liga francesa, derrotado en la primera jornada de la competición, reapareció esa versión demacrada del equipo, corto de juego, de imaginación y finalmente de remate. Muchas veces no ha tenido ni el mejor equipo ni el fútbol más vistoso, pero sí ha acabado teniendo la razón, que en este negocio son los goles. Ahora tampoco aparecen, ni siquiera con uno de los dos mejores del mundo en esa asignatura. Mbappé entró con el partido perdido y no fue solución. Ni él ni el equipo están en el mejor momento. Al Lille le bastó con poco: disciplina, un punto de valentía y un futbolista excepcional aún fuera del radar de los grandes, Zhegova, principal responsable de la derrota blanca, la primera después de 36 partidos, posiblemente achacable al desgaste físico y emocional del derbi.

Ancelotti juntó en Lille a Tchouameni, Camavinga y Valverde, una tonelada de fibra al servicio de Bellingham y Vinicius, y le dio por primera vez un puesto en el once a Endrick, otro de imponente anatomía, que traía un gran cartel como novillero. Un Madrid musculado y con menos pie, asunto que no se ha resuelto con la marcha de Kroos, ese alemán que probó, pase a pase, que un equipo es un animal vertebrado. El caso es que el Madrid se ordenó en un 4-4-2, con Valverde y Bellingham abiertos, Tchouameni y Camavinga cerrados y Vinicius y Endrick descolgados arriba. También con Militao y Rüdiger de vuelta a sus territorios naturales: a la derecha el brasileño, a la izquierda el alemán. Un equipo corto de imaginación. Génésio respondió con idéntica cautela: tres centrales y dos laterales de mucho recorrido en fase defensiva (en ataque mutaba a 4-4-2), el dibujo con el que comenzó el curso y cambió cuando pintaron bastos.

El cruce de una y otra estrategia dejó inicialmente un frente estable, sin demasiados progresos más allá de un remate al primer palo de Vinicius cazado por Chevalier, otro de Bellingham que buscaba la colocación y encontró un topo y un esprint de velocista jamaicano de Endrick, que sin hacer un quiebro, por pura velocidad, dejó atrás a toda la defensa francesa para acabar disparando al cuerpo de Chevalier. Magnífico en vértigo, mejorable en templanza.

La mano de Camavinga

El brasileño era la buena noticia del choque. La mala, que el partido no pasaba por Bellingham, la solución más imaginativa sobre el campo. Si manda él, manda el Madrid. No sucedía. El equipo de Ancelotti se quedaba la pelota con cierta sosería y, de cuando en cuando, se llevaba un susto. Tuvo uno tremendo en doble remate de David, con la cabeza y con el pie, que salvó heroicamente Lunin, interino cinco estrellas desde el año pasado, cuando el equipo encontró unos guantes donde esperaba un guantazo.

Ante ese Madrid vaporoso el Lille tuvo un comportamiento dignísimo. Igualó el combate a base de orden e intensidad, sin acobardarse por las medallas en el pecho del Madrid. Estiró al kosovar Zhegrova cuando pudo, empujó con sus laterales y solo le faltó encontrar con alguna frecuencia a Jonathan David, uno de esos delanteros que son ni muy grandes ni muy finos ni muy rápidos, pero agraciados con ese sexto sentido para estar donde y cuando se les necesita en el área.

Lo cierto es que estaba quedando una primera parte tan plana como la del avinagrado derbi del Metropolitano, con Vinicius cegado en la izquierda, Bellingham inactivo, Valverde de extremo abandonado a su suerte y Tchouameni tan apocado como es costumbre. De él podría decirse que solo es visible a ojos del entrenador. Desde la grada, la impresión es que se pasa de gregario. Y a falta de dos minutos, Camavinga, que está en la edad de la inocencia, cometió un penalti claro al interceptar con la mano un lanzamiento de falta de Zhegrova. Ni Mendy ni Fran García, que le reemplazó, ni la defensa de ayudas de los centrales, que no existió, pudieron parar al germanokosovar, pesadilla blanca. El penalti lo advirtió el VAR y lo transformó David.

Tampoco con Mbappé

Como la cosa no mejoraba en la segunda mitad, Ancelotti rompió su costumbre de dilatar los cambios al límite. Quitó a Militao, retrasó a Tchouameni, se puso en manos de Modric en el centro del campo y activó la ojiva nuclear de Mbappé, que no quiere perderse ni un minuto de la Champions. No hay que olvidar que ve en el Madrid un atajo hacia la eternidad. El equipo no respondió a la terapia y Ancelotti aumentó la dosis: Güler por Camavinga. Del doble pivote al monopivote Modric.

Lo cierto es que el italiano iba llenando de fantasía al equipo, pero este seguía tristón, sin llegada, sin ocasiones, sin encanto, sin ese arrebato que tantas veces le ha salvado cuando fallaba todo lo demás. Tenía el balón, pero no circulaba ni por las vías principales, Mbappé y Vinicius, ni por las secundarias, Bellingham, Modric y Güler. La aritmética no engañaba: cero ocasiones, cinco tarjetas. En traducción libre, ataque anulado, defensa apurada. Solo en los últimos cinco minutos hubo un verdadero asalto desde la heterodoxia, con Rüdiger de nueve. Dos goles le quitó Chevalier al alemán y uno más a Güler para enterrar a este Madrid vulgar. Ahora, en este modelo Champions en el que todavía se rueda en pelotón, las derrotas inquietan. Si miran la clasificación (decimoséptimo), lo entenderán.

El Benfica despedaza al Atleti 4-0

El Atlético encaró la portería del gol de Ramos en la primera pelota, quizá por eso de que los fantasmas hay que espantarlos cuanto antes, pero de nada le sirvió: Da Luz fue un águila imperial dando vueltas sobre su cabeza en círculos concéntricos con las garras recién afiladas. Un Da Luz que volvió a pisotearle para hacerse una completa pesadilla. El Atleti nada fue, solo un papel a merced de un huracán portugués capitaneado por un futbolista que en aquella final vestía del Madrid: Di María. Tendrá 36 años pero todas las piezas continúan en su sitio.

El Benfica tomó la pelota y el mando con energía. Sin derrota en casa en 2024 ni tampoco desde el regreso de Lage, los nombres del once eran los esperados con Di María ejerciendo de 9. En el 5′, Oblak saludaba a Da Luz, estadio que dejó atrás para irse al Calderón, dejando una mano milagro y repeler así un cabezazo de Pavlidis a bocajarro. En ese momento, la carrera de Julián en el inicio buscando la portería de Trubin era ya como agua en el desierto: el Atlético, ordenado 5-3-2 y con Correa y Julián escudando a Griezmann como 9, se había olvidado de correr y de la misma pelota mientras daba pasos atrás bajo la saliva del águila.

La segunda vez que el Benfica se presentó ante Oblak no se iría sin clavarle una garra en los guantes. La primera. El Atleti le hizo una pasarela al Benfica hacia su red con una concatenación de errores. Reinildo y Lino se enredaron al sacar por banda y Koke también, ante Aursnes. Derechazo de Akturkoglu al primer palo y los petardos que regresan a Da Luz. 1-0. El estadio del Benfica volvía a caer sobre el Cholo como una pesadilla.

Griezmann le dejaba su sitio a Correa para irse un paso atrás y sumar en la creación. Pero ayer era uno de esos días en los que la pelota no obedecía a su bota y Koke y De Paul no soportaban solos el peso del partido. Incómodos, les costaba hasta respirar ante las carreras de Kokcu, Aurnes y Florentino, los hombres de Lage en el medio, con tanta energía que les sepultaban en cada transición. Acabado el Moonwalker rojiblanco general, Lino comenzó a hacer la batalla por su cuenta. De una pared con Julián, y una filigrana de sus botas, se presentó por primera vez ante Trubin. La segunda vez lanzó un centro-chut que se estampó en el larguero. Pero Witsel comenzó a dolerse de la rodilla y Llorente se tiraba al suelo por lesión para apagar su aportación, tan colorida y desbordante como solitaria. Incapaz seguía el Atleti de encontrar un claro entre las piernas lisboetas. El Benfica, mientras, seguía plantándose con facilidad ante Oblak porque Carreras era un martirio por la izquierda y su equipo ganaba todas las pelotas y duelos. El Cholo no se iba con otro costurón al descanso en el traje azul porque Pavlidis, en la última jugada de la primera parte, cruzaba tanto la pelota que se topó con el palo. El Atleti, en bloque, les había regalado las llaves de su parte del campo al no defender un saque de banda porque pensaba que el tiempo se había terminado. El reposo no terminaría con el horror rojiblanco.

Si Simeone se dejaba en la ducha a tres de sus nombres más importantes (De Paul-Koke-Griezmann) para introducir piernas con un triple cambio en el que Javi Serrano iba con Gallagher y Sorloth, Carreras lo celebró brindándoles otra taza de gasolina para volver a presentarse ante Oblak. Nahuel, que había entrado por Llorente, se hacía un Nahuel, o sea, perder una pelota ante Pavlidis en la esquina del área, y entre Giménez, Gallagher y Serrano se veían obligados a quitarle la pelota al jugador del Benfica. Piiii. Llamada de VAR al árbitro. El inglés lo había hecho con un pisotón. Penalti. Lo tiró Di María, cómo no, en aquella portería en la que hace tanto vio saltar a Ramos para descerrajar tantos corazones rojiblancos a la vez. El Atlético ya no se levantaría del golpe.

Las piernas cansadas, el ruido de los últimos días terminarían un humillación. A Simeone, que antes de la hora había agotado todos los cambios, nada le saldría. Sus jugadores esconderían bajo la hierba todo el coraje y corazón que clama su himno y entumecidos, embotados e incapaces de correr con sentido o jugar fueron viendo como les seguían lloviendo los goles. Y el bochorno. El Benfica bailó y bailó sobre su tumba. Siguieron los goles, lisboetas, de Bah y Kokcu, también de penalti, mientras cimbreaba Da Luz celebrando con el Atleti despedazado a sus pies como ese verso de Pessoa: “La vida (mía) es como si me golpeasen con ella”. Igual Da Luz. Otra noche negra que sumar a las de 2014.

Cortesía Diario AS