
Recientemente conversé con una niña de aproximadamente 10 años de edad, ella practica voleibol y le pregunté sobre sus entrenamientos y evolución como jugadora. Su respuesta me sorprendió, “no hemos ganado todavía un juego, pero nos divertimos mucho”, esa expresión me hizo reflexionar sobre el deporte menor y cuál es la verdadera intención de motivar e incentivar a nuestros hijos a practicar un deporte de manera organizada.
El deporte como actividad lúdica, bien dirigida y coordinada por entrenadores experimentados y preparados académicamente, constituye un complemento a la formación escolar y ciudadana. Implica potencialidades para que los niños, niñas y adolescentes desarrollen criterios de confianza, solidaridad, equidad, justicia, trabajo en equipo, competencia sana, juego limpio y lo más importante, desarrollo social.

Como hombre del beisbol, veo con preocupación la pérdida de foco de algunos representantes al inscribir a sus hijos en escuelas, academias, planes de formación o como quieran llamarlos, no con la intención de que su hijo se divierta y desarrolle una mente sana en un cuerpo sano, sino que lo ve como una inversión a futuro para solucionar sus problemas financieros.
Jugosos contratos multianuales firmados por grandes súper estrellas de la MLB como Shohei Ohtani, Juan Soto, Aaron Judge, Max Scherzer, entre otros, despertaron la avaricia de algunas personas que, por lo general, son peloteros frustrados, personas que nunca pudieron figurar o destacar como prospectos. Estos individuos no escatiman esfuerzo alguno en someter a sus hijos, desde tempranas horas de la mañana, a extenuantes jornadas de entrenamiento durante toda la semana.
Niños de nueve o diez años de edad, entrenando todos los santos días, mañana, tarde y noche, participando en copas, miniseries, showcase, intercambios, todo con la finalidad de que su hijo sea visto por un busca talento y logre el sueño dorado del padre, que su hijo sea “cerrado” por cualquiera de las 30 organizaciones de la MLB antes de los trece años de edad y acto siguiente, conseguir la tan anhelada firma, el codiciado bono.
Hurgando un poco en la historia del beisbol venezolano, tenemos que el primer connacional en hacer el grado en grandes ligas fue Alejandro “Patón” Carrasquel en 1939 y en la temporada 2024 Yilber Díaz se convirtió en el venezolano 482 en arribar al Big Show. Esto quiere decir que en 85 años solamente han llegado a las grandes ligas 482 venezolanos, un promedio de seis por año.
Si a este escenario le agregamos la cantidad de jóvenes que firman en Venezuela durante un año, más la cantidad de dominicanos, puertorriqueños, colombianos y de otros países de la cuenca caribeña, adicionalmente los norteamericanos, canadienses y ahora japoneses, koreanos, chinos, entre otros, la cosa no pinta nada fácil para formar parte de un club que solamente incluye 26 jugadores para el opening day, expandiéndose a 40 en el mes de agosto.

Con esto no quiero quitar el sueño de un joven de convertirse en pelotero profesional, el punto es, que el sueño debe ser del niño o del joven, no del papá que busca la manera de resolver su situación económica mediante la firma del muchacho. Ser profesional del beisbol no es nada fácil, implica una vida llena de sacrificios y privaciones, una vida lejos del calor familiar, en constantes viajes, durmiendo en hoteles no muy acogedores, comiendo en ocasiones lo que se pueda, luchando contra las lesiones, el cansancio y el agotamiento, amén de las decisiones de la alta gerencia del equipo.
Bendito seas si llegas a las grandes ligas, fortaleza para mantenerte en las menores, capacidad de asimilación si no llegas a firmar como prospecto, pero sobre todo dejemos que nuestros niños y jóvenes se diviertan jugando beisbol, que disfruten su niñez, dejémoslos crecer, hacer amigos, y si está en Dios y la Divina Providencia que el muchacho llegue a ser profesional, pues que así sea, y no por el capricho de un papá.

Por Víctor Villegas | CNP 14.169 | victorvillegas62@gmail.com