“La memoria, por ser femenina, tiende a ser infiel”, decía un machista reconocido catedrático universitario, aunque peores vainas vociferan políticos y supuestos líderes de antes y de ahora. De ese y otros temas conversé recientemente con uno de mis mejores amigos y hermanos que la vida me ha regalado. Responsable de lo suscrito me reservo el nombre del pana: queda protegido, mas no en el olvido. Lidera mi subjetivo ranking entre los cronistas deportivos, debido a su prodigiosa memoria eidética, lo cual tiene sus pros y, a veces, sus contras.
Eidetismo, amigo lector, significa que la caja de sus recuerdos funciona como una especie de archivo fotográfico. Lo que ve lo guarda fielmente y no lo olvida jamás. Está claro que hacer memoria implica un complejo proceso del cerebro que permite detectar, captar, codificar, almacenar, recuperar y rescatar un hecho determinado para traerlo al presente cuando sea requerido. Para el eidético eso es pan comido.
Algunos, en sus disquisiciones filosóficas, o no, rescatan esos capítulos –en su totalidad o parte de ellos–, desde su memoria, para asumir situaciones o proponer soluciones. Otros, voluntariamente, prefieren olvidar detalles, hechos, lugares, nombres, promesas y hasta deudas, luego de haber conseguido ciertos objetivos. Se hacen los paisas, pues. Inteligencia del avispado, dicen unos. Deslealtad, antiética, carencia de valores, dicen otros. Quizás parte de la dinámica, de esa que mueve los motores del “quítate tú pa’ ponerme yo”. Quien adolezca de buena memoria debería abstenerse de mentir…
Es que la memoria es un tesoro –y como tal debe ser tratada– porque al acceder a los recuerdos se rescatan aprendizajes asociados a responsabilidades y momentos de múltiples vivencias. Recordar es vivir, dicen por allí. Lo delicado es que siempre se cuelan indeseados recuerdos debido a que el sistema de decantación no es químicamente puro. Por eso, hasta los poetas hablan de un bagaje de olvidos repletos de memoria. No es filosofía ni dialéctica. Es la vida. Por ejemplo, para combatir enfermedades muy comunes, relacionadas con los recuerdos, como el Alzheimer o la demencia senil –en estos agitados días de arrestos, promesas electorales, guerras electrónicas, unas; otras de plomo y cobardes bombardeos, días de cambios de género y de otras perversidades más, apegadas a los modelos de poder y del supuesto orden mundial–, los especialistas en salud recomiendan ejercitar la memoria. Crucigramas, sencillos y complicados, indescifrables sudokus, ajedrez, dominó y otros ejercicios, juegos y técnicas, han recobrado popularidad a pesar de su ineficacia, dada la cada vez más evidente merma de la función dendrítica-neuronal. Entonces, el olvido se nos antoja un deontológico protagonista de la actualidad.
A mi papá, un tipo de extraordinaria memoria –recordaba todo lo muy viejo y se suponía que lo más reciente le resultaría más fácil que pelar mandarina–, la hipertensión le causó múltiples «microinfartos cerebrales» que allanaron sus recuerdos inmediatos. Su consciente iba y venía. Estaba y no estaba. Se echaba vainas él mismo. “Me mandaron una pastillita pa’ la memoria y se me olvidó tomármela”. Él vivía en un piso 8. En la PB de su edificio había un kiosko de periódicos. Bajaba a comprar El Nacional, pero subía con un pan o cualquier otra vaina que vendían en la panadería de enfrente, menos el diario, porque se le olvidaba a qué carajo había bajado. Luego él lo contaba riéndose. (Que conste, jamás olvidó su afición por Miguelito “Mr. Babalú” Valdés, por la salsa dura, el anís y el buen baile. Tampoco olvidó ser un gran papá, abuelo, amigo y guía estrictamente responsable) …Tiempo después correspondió enfrentar la patología que se lo llevó a los 72 años. Un cáncer arrecho fue minando su humanidad, pero como todo lo reciente se le olvidaba, el padecimiento se le hizo algo llevadero. En serio. Hasta que los dolores arrebataron la poca lucidez que podía brindar desde su agónico lecho; capítulo que quisiera borrar de mi memoria para siempre, al igual que el de mi mamá, Trinita, durante el periplo de emergencia hospitalaria en sus últimos momentos. Provoca ser víctima de una peste del olvido, parecida a la del insomnio que sufrieron los habitantes de Macondo, según el Gabo, quien afirmó en Amor en los tiempos del cólera: “…la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”. … Nosotros agregamos que la salud hogareña depende más de olvidar –no hurgar en el pasado– que de mentir… Inténtelo.
Hablamos de la memoria a corto, mediano y largo plazo, y concluimos que mucha gente, voluntariamente o no, sufre de olvidos cortos, medianos y largos. Al respecto, el escritor español Ramón Gómez de La Serna esbozó en una de sus “greguerías”: “…tenía tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo”. Quizás sea esa la causa por la cual abundan quienes fingen olvido. Así actúa el deudor, el amante infiel, el feligrés en apuros… Ofrecen, proponen, encantan y al lograr el objetivo, ¡oh sorpresa!, los invade el olvido. No en vano Cervantes dijo: “¡Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso!”. Dicho de otro modo, “se llama memoria a la facultad de acordarse de aquello que quisiéramos olvidar”, aseveró el actor francés Daniel Gélin.
A mí que nada se me olvida: Se me olvidó que te olvidé, Se me olvidó tu nombre, y otros clásicos de la música tropical pusieron a bailar, disfrutar y recordar a nuestros antecesores y a nosotros, lo cual devela la importancia de la memoria y su cúmulo de recuerdos, creadores de la experiencia. Y si lo dijo Aristóteles es verdad.
(Solo lo que se olvida para siempre parece que nunca hubiese sucedido, ni existido, por eso los fallecidos más allegados gozarán de eternidad en nuestra memoria. Y aunque existen olvidos voluntarios, corren el riesgo de hacerse recuerdos imborrables. Difícil de explicar en la permanente búsqueda del estado ideal, indescriptiblemente sublime, llamado felicidad, que, según otros pensadores, solo se alcanza persiguiendo el olvido…).
A nuestro amigo, su memoria eidética, le oscurece y le obstaculiza su andar para borrar algunas experiencias. Es nuestro máximo deseo que avance firme hacia ese necesario olvido y logre amainar los síntomas generados por sus recuerdos acerca de las causas y consecuencias de su crónica afectación de salud, así como pretende eliminar aquella dantesca imagen cuando la infanticida neumonía le arrebató a su único hermanito. Son ventajas y desventajas del recuerdo y del olvido. Contradictoriamente hay quienes afirman que la memoria es como los malos amigos, que cuando hacen falta no aparecen. Pendientes, pues, porque a pesar de que la memoria tiene sus adláteres, hay quienes requieren urgente terapia para programar su olvido…
P.D.: Un viejo dicho, made in Argentina, indica que un pueblo con memoria es democracia para siempre.
Por: Luis «Carlucho» Martín