Hoy no es un jueves cualquiera. Hoy comienza el cierre de nuestras décimas eliminatorias. Desde Italia 90 hasta este presente que nos respira en la nuca, hemos vivido todo: derrotas que dolieron más que el hambre, victorias que nos hicieron creer que sí se podía, y silencios que nos enseñaron a resistir.

Y sí, llegó el día. El que nos quita el sueño porque nos lo devuelve convertido en posibilidad. No de clasificar, no de milagros. Posibilidad de jugar bien, de competir con dignidad, de demostrar que el fútbol venezolano ya no pide permiso: exige respeto.

Y si hoy exigimos respeto, es porque hubo quienes nos enseñaron a caminar con la frente en alto. Richard Páez, el padre de la Vinotinto moderna, el hombre de la irreverencia, nos dio identidad, nos hizo sentir que el fútbol también podía ser nuestro idioma. Y César Farías, con su «cuchillo entre los dientes» de forma estratégica, nos enseñó a creer. A mirar a los ojos a los gigantes y decirles: “también sabemos ganar”.

Los demás también tienen sus méritos. Pero así como el mundo reconoce a Messi y Cristiano como los más grandes dentro de un mundo de gigantes, nosotros reconocemos a Páez y Farías como los arquitectos de nuestra fuerza futbolística. No por nostalgia. Por legado.

A los jóvenes que hoy celebran esta realidad, a esa generación tan diferente – incluyendo la dirigencial -, les toca pisar tierra. Si se logra, que sepan que crecieron viendo frutas maduras, no con esas verdes donde la palabra triunfo era utopía. Que esto no es casualidad ni regalo. Es el resultado de años de lucha, de goles gritados con rabia, de generaciones que soñaron sin tener ni siquiera una cancha decente o la posibilidad de salir a jugar en exterior.

Y al Bocha Batista, que entienda que si llegamos, lo hicimos siendo los mejores entre los que aún están lejos de ser potencia. No por sistema. No por suerte. Por su fútbol, por su etilo de juego. Porque en esta tierra, cuando se juega con el alma, no hay sistema que nos reste mérito.

No hablamos de clasificar. Porque así como acá decimos “mano, tengo fe”, esa misma fe la tienen los bolivianos, los peruanos, los paraguayos. Que sea el fútbol quien decida. No la fe. No el azar. No el sistema.

Hoy no se juega solo un partido. Se juega la memoria. Se juega el país. Se juega la posibilidad de que el venezolano se mire al espejo y diga: “esto también lo hicimos nosotros”.

Porque mientras haya oxígeno, creer sigue siendo posible. Pero que sea el balón quien hable. Y que hable claro.

PD: Hoy no es el juego final, incluso, la prueba de hoy capaz nos hace pisar tierra, pero si estamos claros de lo que somos y lo que queremos, pase lo que pase hoy en Argentina, será entendido por los venezolanos buenos, no aquellos que están a la espera de un tropiezo de cualquier allegado, para saltar a señalarlo con ese dedo inquisidor.

Por Luis Alonzo Paz | CNP 10.760