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En el Día del Niño, celebramos no solo su existencia, sino su derecho a soñar, reír y descubrir el mundo con los ojos bien abiertos. El deporte, más que una disciplina, es una puerta que abre posibilidades: permite que los niños exploren, se expresen, se equivoquen, triunfen y, sobre todo, vivan su niñez con plenitud.

En cada carrera improvisada, en cada balón lanzado sin dirección, hay una semilla de confianza, de trabajo en equipo, de valores que construyen el futuro. Pero también hay una súplica silenciosa: “déjenme ser niño”. Porque cuando el deporte se vuelve exigencia desmedida o competencia sin sentido, dejamos de lado lo esencial: el juego, la alegría, la libertad.

Padres, madres, cuidadores… hoy es momento de reflexionar. La niñez no tiene repeticiones. Es una sola toma, genuina y fugaz. Permitir que nuestros hijos vivan el deporte como espacio de crecimiento emocional, no como vitrina de logros adultos, es proteger su esencia. Es dejarlos construir sueños propios, sin imponerles trofeos que aún no comprenden.

Este Día del Niño, celebremos a los campeones de la espontaneidad, los héroes de la imaginación. Brindémosles canchas para reír, tiempo para jugar y abrazos que no exijan medallas. Porque cuando el deporte se vive desde la infancia real, florecen seres humanos auténticos y resilientes.

Por Luis Alonzo Paz ` CNP 10.760