En Venezuela, el fútbol no es solo deporte. Es espejo, es refugio, es símbolo. En medio de tensiones políticas, crisis sociales y una cotidianidad que muchas veces se vive en modo supervivencia, la Vinotinto ha sido ese espacio donde todos cabemos. Donde el país se une, aunque sea por 90 minutos. Por eso, cuando se habla de quién debe dirigirla, no estamos hablando solo de táctica. Estamos hablando de identidad nacional.

Tras el cierre del ciclo de Fernando “Bocha” Batista, lo que queda no es solo un fracaso deportivo. Lo que queda es una herida abierta, una sensación de que se apostó a un proyecto sin raíces, sin conexión real con el país. Y aunque el técnico argentino nunca tuvo la intención de hacer daño, lo cierto es que su gestión terminó siendo el reflejo de una dirigencia que parece más preocupada por el marketing que por el alma del fútbol venezolano.

Hoy, tres nombres se colocan sobre la mesa. Tres hombres que, con sus luces y sombras, han marcado historia en nuestro fútbol. Y aunque cada uno representa una visión distinta, el análisis no puede hacerse desde la comodidad del teclado ni desde la viralidad de las redes. Hay que hacerlo desde el corazón del país, desde la tribuna que siente, desde el pueblo que aún cree.

Richard Páez: El médico que nos enseñó a soñar

Hablar de Richard Páez es hablar de un antes y un después. No solo por los resultados, sino por lo que significó su gestión en términos emocionales. Páez no solo dirigió una selección. Dirigió una transformación cultural. Nos enseñó que Venezuela podía competir, que el talento local tenía valor, que el fútbol podía ser una herramienta de autoestima nacional.

Su filosofía de juego, basada en la posesión, en el protagonismo del futbolista venezolano, fue contracultural en una época donde se pensaba que solo podíamos resistir. Y lo hizo con convicción, con irreverencia, con fe. Su frase “Venezuela puede competir para ganar y crecer con un modelo técnico y táctico donde el futbolista Vinotinto sea protagonista” no es solo una declaración. Es una forma de ver el país.

Hoy, muchos lo descartan por no estar en la élite técnica. Pero ¿qué es la élite cuando se trata de representar a una nación? Páez ha sido el único que, incluso fuera del cargo, ha mantenido una postura pública de apoyo, de análisis, de propuesta. Su liderazgo no se apaga con el tiempo. Se fortalece con la memoria.

Y aunque algunos sectores lo tildan de “pasado”, lo cierto es que nadie ha logrado conectar emocionalmente con el país como él. Su regreso no sería solo una decisión técnica. Sería una declaración de principios.

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César Farías: El estratega del cuchillo entre los dientes

Farías representa otra cara del liderazgo. Más pragmático, más frontal, más combativo. Su gestión estuvo marcada por resultados importantes: el primer triunfo ante Argentina en eliminatorias, el sexto lugar rumbo al Mundial de Brasil 2014, la repatriación de talentos como Amorebieta. Pero también por un estilo de juego que generó divisiones: el famoso “pelotazo” que él defendía como “pases largos precisos”.

Su frase “con el cuchillo entre los dientes” define su filosofía: competir desde la garra, desde la intensidad, desde la resistencia. Y aunque eso no siempre se tradujo en belleza futbolística, sí generó respeto. Farías logró que Venezuela fuera tomada en serio. Que los rivales nos miraran con cautela.

Hoy, su experiencia internacional lo coloca como un candidato sólido. Ha dirigido en Bolivia, México, Ecuador, y ha demostrado capacidad de adaptación. Pero también ha tenido roces, conflictos, momentos de tensión que podrían jugar en su contra. Su carácter fuerte puede ser virtud o defecto, dependiendo del contexto.

Lo que no se puede negar es que Farías conoce el país, conoce la selección, y tiene la capacidad de construir desde el caos. Su regreso sería una apuesta por la competitividad, por el orden, por la disciplina, pero también, pudiera ser una piedra en el zapato, si lo que se quiere es alguien que llegue con una visión conciliadora de reforzamiento motivador.

Rafael Dudamel: El técnico que se fue antes de empezar

Dudamel es quizás el más complejo de analizar. Su éxito con la sub-20, llevándola a una final mundial, es incuestionable. Pero su paso por la selección absoluta dejó más preguntas que respuestas. Tras asumir el cargo con posibilidades matemáticas de clasificar a Rusia 2018, Dudamel tejió un discurso inteligente: “Estoy trabajando para Qatar”. Y aunque eso fue aceptado por la FVF y por muchos sectores, lo cierto es que desestimó una oportunidad real de competir, y con ello, se desactivó la exigencia.

Su gestión fue más preparatoria que competitiva. Y justo cuando debía iniciar el verdadero camino eliminatorio, decidió irse a Brasil. En otro país, eso habría sido visto como una traición. En Venezuela, se normalizó. Pero no deja de ser una señal preocupante: ¿qué tan comprometido estaba realmente con la causa nacional?

Dudamel tiene talento, tiene formación, tiene visión. Pero su salida abrupta dejó una sensación de abandono. Y aunque muchos lo defienden, otros lo ven como alguien que priorizó su carrera personal sobre el proyecto país.

Su regreso sería una apuesta arriesgada. No por su capacidad, sino por la confianza. ¿Está dispuesto a asumir el reto completo, sin excusas, sin promesas a largo plazo?

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Más que un técnico, necesitamos un estratega nacional

Hoy, Venezuela no necesita un seleccionador que sepa mover fichas. Necesita un estratega que entienda el país, que sepa dialogar con todos los sectores, que infunda respeto y que represente a todos. Porque el fútbol no se juega solo en la cancha. Se juega en la calle, en la política, en la cultura, en la esperanza. Y si seguimos apostando al “como sea”, al “mano tengo fe”, al “con los latidos del corazón”, seguiremos en la misma dinámica que nos ha dejado fuera una y otra vez.

La Vinotinto es de todos. No de una federación, no de un técnico, no de una corriente. Es el único símbolo que une a los venezolanos sin distinción. Y por eso, quien la dirija debe sentirla como suya. Debe dolerle cada derrota. Debe emocionarse con cada gol. Porque solo así, podremos volver a creer que el fútbol también puede ser patria.

Por Luis Alonzo Paz | CNP 10.760