El periodista Luis Carlos Martín nos presenta una serie de artículos relacionados con el área de la medicina, y nada mejor que compartirlos con nuestros cibernautas en esta semana donde los médicos venezolanos celebran su día.
Por Luis «Carlucho» Martín
Mientras en el mundo, en Venezuela y en La Guaira, aún pasaban los efectos de la típica celebración de inicio de año, el 2 de enero de 1901, en la hacienda Buena Vista, del sector El Palmar del Picacho, en Galipán, se esperaba el último suspiro de quien a los 88 años de edad ordenó que le inyectasen en la yugular su brebaje mágico para ingresar oficialmente momificado al mausoleo que previamente había planificado.
Era el Dr. Gottfried August Knoch, médico alemán radicado en La Guaira, inventor de un líquido embalsamador, a base de cloruro de aluminio, que garantizaba la conservación de los cuerpos sin necesidad de extraerle los órganos.
Aquello resultaba algo totalmente disonante, y aparentemente escabroso en el umbral del siglo XX; cuando eso de momias parecía solo posible en la historia de los egipcios o de otras civilizaciones más antiguas aún, como la Chinchorro de Chile con más de 9 mil años.
Un poco de historia
El inventor teutón, nacido en Halberstadt, en el Reino de Westfalia, el 17 de marzo de 1813, recibió su título de médico al aprobar una tesis sobre la leche de la mujer, lo que indicaba a priori su afinidad por tan específicos fluidos.
Sabía acerca del paradisíaco clima de dos estaciones de este lado del mundo y se vino a Venezuela. Llegó directo a La Guaira, donde de manera altruista apostó a sus conocimientos para combatir efectivamente al arrasador cólera.
Entre 1854 y el 56 refunda el hospital San Juan de Dios. Ya instalado, de manera más formal y con el título revalidado por la Universidad Central de Venezuela, durante la presidencia del notable Carlos Soublette, Knoch se muda a Galipán, como había planificado.
Trae a su esposa y con ella llegan las jóvenes Josephine y Amalie Weissmann, quienes a la postre resultaron su enfermera y asistente, respectivamente.
Knoch se aprovechó de su posición en el hospital para experimentar con la gran cantidad cadáveres no reclamados durante la Guerra Federal.
A lomo caballo eran transportados aquellos soldados caídos (en su mayoría) con los que experimentó para perfeccionar su fórmula secreta y luchar obsesivamente contra la putrefacción de la carne muerta, lo cual logró con éxitos.
Momias famosas
Su fama comenzó a rodar y aunque el objetivo de Knoch (muy claro según se ve un poco más adelante), era dejar, como legado y prueba de su adelanto científico, el mausoleo familiar, accedió a las extravagantes peticiones de algunos notables.
El primero de los famosos momificados fue el influyente letrado Tomás Lander, cuyos familiares, enterados de los efectos del suero momificador, contrataron sus servicios para que le diera al fundador del periódico El Venezolano apariencia de vida eterna, tarea que logró Knoch, según versiones de varios cronistas.
El cuerpo momificado, elegantemente vestido y reavivado con ciertos efectos especiales de algún tipo de maquillaje, permaneció sentado durante 40 años frente a su casa, para atestiguar cómo el tiempo consumía todo a su alrededor menos a él… hasta que Guzmán Blanco con su afrancesado esteticismo ordenó el entierro de esa momia.
Igualmente momificado resultó el cadáver del expresidente de la República Francisco Linares Alcántara. Y cuentan que Knoch momificó a gran cantidad de sus perros, que desde entonces permanecieron en una especie de corte guardiana de aquel extraño y misterioso mausoleo.
El mausoleo familiar
Su esposa se salvó de ser momificada porque la incomprensión hacia su amado la hizo retornar a Europa. Por el contrario, su hija Anna y su esposo Heinrich Müller se vuelven las primeras momias del mausoleo. Otro momificado fue Wilhelm, hermano de Knoch.
Por su parte, la enfermera Amalie Weismann, encargada de inyectar al propio Knoch, debía cumplir el último deseo: procurar su propia momificación con aquella dosis que le dejó preparada su jefe 20 años antes. Así corrían los días de 1921 y la enfermera acude al cónsul Julius Lesse, para aseverar que ella deseaba ser cremada; no obstante, dice la leyenda que el cónsul acompañado por Carlos Enrique Reverón, subieron a Bella Vista, le inyectaron el líquido mágico, cerraron la puerta del mausoleo y lanzaron las llaves al fondo del mar.
Qué queda de Knoch
Quizás por escabroso que pudiera resultar el tema o por el abandono de la clase política (por motivos desconocidos históricamente), se permitió que el patrimonio y los testimonios del acervo (ya vuelto Museo Knoch) se pierdan entre desidia y manos criminales. Eso sucedió con Knoch y su legado.
En vano la Fundación Knoch organizó paseos informativos con los grupos Geamir, Fundhea y Una Montaña de Gente, para sembrar conciencia.
Aseguran algunos curadores y rescatistas de tradiciones, que luego de intentos fallidos por recuperar en su totalidad el patrimonio, desde lo arquitectónico hasta lo científico, dejado por el sabio alemán, más pudo la mano de los “buscadores de entierros”, quienes creían que el embalsamador guardaba allí las supuestas riquezas obtenidas con la atractiva poción. Por eso desolaron el lugar que ahora está plagado de ruinas “inmomificables”, de ese pasado reciente que equiparó a nuestra cultura con la de Tutmosis o Amon Ra, en aras de eternizar esos momentos de nuestra diversa y rica historia.